En 1923, un escritor y editor valenciano afincado en Barcelona, Vicente Clavel Andrés, propuso a la Cámara Oficial del Libro de Barce­lona, la idea de celebrar el Día del Libro. En 1925 lo volvió a proponer en Barcelona y en Madrid y, en 1926, Alfonso XIII firmó el Decreto por el que se estipulaba que se dedicaría cada 7 de octubre a conmemo­rar el nacimiento de Cervantes con una fiesta dedicada al libro. Sin embargo, la conmemoración en este día solo se llevó a cabo durante cinco años por dos razones: la primera, porque no se sabe a ciencia cierta el día de nacimiento de tan insigne escritor y la segunda, porque se trataba de una fiesta al aire libre, ya que las editoriales aprovechaban el evento para publicar novedades, para organizar acto de firmas de libros por sus autores, etc. y, claro, el clima del otoño no siempre permite la realización de este tipo de celebraciones. Así que por eso se optó por trasladar la fiesta al 23 de abril.

Pero, ¿por qué ese día? En principio, porque lo que sí se sabe con seguridad es que Miguel de Cervantes fue enterrado el 23 de abril de 1616 y ésa es la fecha que aparece en el registro de la parro­quia donde se llevó a cabo el sepelio, como la fecha de su fallecimiento, aunque hay estudiosos que afirman que éste se produjo un día antes. Y lo que se quería era homenajear al autor de la novela más universal de las escritas hasta el momento, El Quijote. En cualquier caso, esta fecha coincide con la premisa de que la fiesta tuviera lugar en primavera cuyo clima es más benévolo.

No fue hasta 1995 cuando la UNESCO declaró el 23 de abril de cada año el Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor manteniéndose ese día, 23 de abril, porque es una fecha curiosa para la literatura. En ella murieron, en 1616, no sólo Cervantes, sino también el Inca Garcilaso de la Vega y Shakespeare (aunque este último según el calendario juliano, que no es el mismo que el actual y parece que también nació ese día de 1564). Pero no solo estos tres escritores tienen el 23 de abril como fecha importante: hay muchos autores célebres de distintas nacionalidades que nacieron o murieron un 23 de abril.

Pero dejemos ya la parte histórica de esta celebración y acerquémonos a la literaria:

El día 23 de abril, además, para los cristianos, es la festividad de San Jorge porque se supone que murió ese mismo día pero del año 303. Este personaje hunde sus raíces en la mitología y el relato de su vida, narrado en la Leyenda Áurea, se extendió por toda la cristiandad convirtiéndose en el patrón de muchos territorios y no es para menos porque la historia que nos cuenta cumple con todos los requisitos para pervivir.

Todos conocemos la leyenda del dragón que comenzó comiendo ovejas y terminó comiendo seres humanos como tributo para permitir la supervivencia a los habitantes de un pueblo. No hubo protestas hasta que la suerte quiso que el rey también pagase su tributo y tuviera que dar a su hija como alimento para el dragón. De nada sirvieron sus lamentos, el pueblo se mantuvo firme exigiéndole cumplir la ley que él mismo había dictado, así que acabó dejando a su hija en las cercanías del lago –o fuente – donde habitaba el dragón. Pero allí apareció San Jorge para evitar –¡cómo  no!– que se pagara tal tributo y, en el último momento, mató al dragón clavándole la espa­da y salvó a la princesa. Cuentan que de la sangre del dragón nació un rosal de flores rojas. De ahí la tradición de intercambiar libros y rosas rojas.

También conocemos algunas interpretaciones de esta leyenda, pero como la lite­ratura no es una ciencia exacta, si me lo permiten, propondré otra interpretación:

Imaginen que el dragón simboliza a toda esa gente que va sembran­do el mal y el dolor por doquiera que vaya; que la princesa representa a la humanidad que padece a los malvados; San Jorge personificaría la posibi­lidad de vencer al mal y las rosas que nacen de la sangre del dragón nos recordarían que la vida es hermosa aunque tenga espinas. Así que la idea de intercambiar libros por rosas me parece genial porque la literatura es un reflejo de la vida y nos da las herramientas para convertirnos en mejores personas. ¿Y no se trata de eso?

Por supuesto, no me olvido de la valentía de ese pueblo que exige a su rey que cumpla la ley ni del atajo que encuentran siempre los poderosos para escapar, pero ésa es otra historia.

Amparo Rico, la Juglaresa